Every single one of our prayers is an act of mercy. In fact, it is not by chance that prayer is listed as the final of the spiritual works of mercy:
to pray for the living and the dead. Our Christian prayer is a covenant relationship between God and man in Christ and, therefore, it is what sustains every other single work of mercy. As St. John of Damascus had said: “Prayer is the raising of one’s mind and heart to God.” In short, it is the mystical coming together of two longings—our longing for God and God’s longing for us. It is our longing for mercy and God’s longing to share His mercy. As St. Paul urges: “I wish that in every place people should pray.” Yet how easy is it for each one of us to be so motivated out of love to mercifully assist others—I mean to feed, to give drink, to clothe, to welcome, to visit the sick and the imprisoned—that we can forget prayer. As humans we have a desire to see and to touch the difference that our merciful efforts make and, thus, it can be easy for us to forget the value of just ONE prayer, for what can we really see and touch?
The value of one prayer is greater than any of us can ever imagine. Prayer changes everything, sometimes in very obvious ways but so often in very subtle and paradoxical ways. But prayer is so incredibly important even when we don’t experience its immediate effects, even when we can’t see or touch the difference it makes. Is this not why Jesus implored us to pray always and never lose heart. I have often thought that one of the greatest joys of heaven will be seeing just how much of a difference every single one of our prayers has made, even our brief and distracted ones. You know the kind I mean. When you are tired and just ramble through a Hail Mary. Perhaps a frustrated petition to God to assist an infuriating family member before you really let her have it—“God please let her recognize the truth so that there can be family peace”—will reach her heart and open her to the truth. And imagine who you may be able to joyfully thank one day for their prayers that you did not know were being offered for you. It is humbling to realize that at these moment prayers are being offered for and by those we don’t even know, for God allots them where he wills. It is all grace and these will be moments of joyful heavenly encounters. Thus, praying for the living and the dead is an incredible and wondrous spiritual work of mercy. There is such power in just one prayer, a value that can never be counted!!
Msgr. Geno Sylva
Cada oración es un acto de misericordia
Cada una de nuestras oraciones es un acto de misericordia. De hecho, no es casualidad que la oración es mencionada al final de las obras espirituales de misericordia: orar por los vivos y los muertos. Nuestra oración cristiana es una relación de pacto entre Dios y el hombre en Cristo y, por lo tanto, es lo que sostiene cualquier otra obra de misericordia. Como San Juan de Damasco ha dicho: "La oración es elevar la mente y el corazón de alguien hacia Dios". En resumen, es la unión mística de dos anhelos: nuestro anhelo por Dios y el anhelo de Dios por nosotros. Es nuestro anhelo de misericordia y el anhelo de Dios de compartir su misericordia. Como San Pablo nos incita: "Deseo que en todos los lugares la gente ore". Sin embargo, ¿qué tan fácil es para cada uno de nosotros estar tan motivados por amor para ayudar misericordiosamente a los demás? Me refiero a alimentar, dar de beber, a vestir, para acoger, visitar a los enfermos y los encarcelados, que, podemos olvidar la oración. Como humanos, deseamos ver y tocar la diferencia que marcan nuestros esfuerzos misericordiosos y, por lo tanto, puede ser fácil para nosotros olvidar el valor de UNA sola oración, ¿por solo lo que podemos realmente ver y tocar?
El valor de una oración es mayor de lo que cualquiera de nosotros pueda imaginar. La oración lo cambia todo, a veces de maneras muy obvias, pero muy a menudo de maneras muy sutiles y paradójicas. Pero la oración es tan increíblemente importante incluso cuando no experimentamos sus efectos inmediatos, incluso cuando no podemos ver o tocar la diferencia que hace. ¿No es por eso que Jesús nos imploró orar siempre y nunca desanimarnos? A menudo he pensado que una de las mayores alegrías del cielo será ver la gran diferencia que ha hecho cada una de nuestras oraciones, incluso hayan sido breves y distraídas. Ustedes saben a lo que me refiero. Cuando estás cansado y simplemente en una un Ave María te desconcentras. Tal vez una petición frustrada a Dios para ayudar a un miembro de la familia enfurecido antes de que realmente se lo permita: "Dios, por favor, que reconozca la verdad para que haya paz familiar", llegará a su corazón y la abrirá a la verdad. E imagina a quién puedes llegar a agradecer alegremente algún día por sus oraciones que no sabías que están ofrecidas por ti. Es alentador darnos cuenta de que en este momento se están ofreciendo oraciones por aquellos que ni siquiera conocemos, porque Dios las reparte donde Él quiera que lleguen. Todo esto es y gracia y estos serán momentos de alegres encuentros celestiales. Por lo tanto, rezar por los vivos y los muertos es una increíble y maravillosa obra de misericordia espiritual. ¡Existe tanto poder en una sola oración, un valor que nunca se podrá contar!